martes, 5 de febrero de 2008

Historia


Los acontecimientos políticos y la guerra que se ha desarrollado en el Sáhara occidental desde 1975 han hecho saltar a la actualidad internacional la existencia y la identidad del pueblo saharaui, habitante de este trozo del desierto; pero su historia, sus vicisitudes y su especial modo de vida se remontan muchos siglos atrás. Dos son las características peculiares de este pueblo: su absoluta independencia, hasta la llegada de la colonización española, de todo poder estatal, y su economía y supervivencia, basadas en el nomadeo de sus ganados en busca constante de mejores pastos. Esta característica de independencia de todo poder, así como el nomadeo, han determinado la idiosincrasia y la cultura saharauis a través de los tiempos, configurándolos absolutamente distintos de sus vecinos marroquíes del Norte y de los habitantes de los núcleos sedentarios o seminómadas de la actual Mauritania. Entre las muestras de esta peculiar cultura destacan los cuentos populares, cuya temática recurre reiteradamente al medio geográfico del desierto circundante, al camello como elemento básico de transporte y supervivencia y a los constantes desplazamientos de los nómadas. En líneas generales, el territorio habitado por los saharauis desde una época precolonial está delimitado al Norte por el río Dra, constituyendo una absoluta frontera natural que separa el desierto de Marruecos; al Sur, los límites de la región de Uadibe, Cabo Blanco, el Adrar Sotuf y el Azefal arenoso y, por el Este, la sebja o depresión salina de Iyil, Bir Um Grein y la hamada o llanura de Tinduf.


Pero el Sahara occidental, como todo el Gran Desierto, no fue siempre una zona árida desprovista de vegetación permanente. En épocas prehistóricas, el Sahara estuvo poblado por elementos sedentarios, quienes han dejado abundantes huellas de una cultura lítica, correspondiente tanto al Paleolítico como al Neolítico, así como grabados en piedra de los animales que poblaban la zona: cérvidos, avestruces, rinocerontes e incluso elefantes. A las glaciaciones clásicas europeas corresponden períodos pluviales africanos, lo que lleva consigo una abundante vegetación y una amplia red hidrográfica, cuyo testimonio lo constituyen, hoy en día, los cauces secos de los ríos saharianos. En la progresiva desecación, que más tarde se convertirá en desertización, los habitantes hamitas blancos emigraron con preferencia hacia el Norte, mientras que los antecesores de los negros emigraban hacia el Sur. Algunos grupos de pastores blancos, nómadas y jinetes, se mantuvieron, sin embargo, en las zonas desecadas, adaptándose a una vida errante; hasta el principio de la era cristiana, el Sahara podía aún alimentar a sus caballos. En la Época de los Tolomeos de Egipto, a partir del 323 a.C., tiene lugar la introducción en el desierto de un elemento fundamental, el camello, o más exactamente el dromedario, de una joroba. Transhumando así por los itinerarios jalonados de pozos y siguiendo las lluvias, los nómadas mantuvieron el contacto con los negros sudaneses y los intercambios hacia el litoral mediterráneo.

Pero esta etnia y cultura van a ser progresivamente anegadas en el Sahara por las invasiones árabes. En el 640, sólo ocho años después de la muerte del Profeta, los árabes musulmanes, conducidos por el califa Omar, penetran en Egipto y empiezan a extenderse por el norte de África. En el 681, Sidi Ocba ben Nafi, primer gobernador, en nombre del califa omeya de Damasco, realiza una incursión hasta los valles del Sus y el Dra y, según sus historiadores, llega hasta el nacimiento de la Saguia el Hamra, siendo este el primer contacto árabe con los bereberes de las zonas predesérticas y desérticas, con resultado de una escasa islamización y ninguna arabización. En general, los dominadores árabes sienten muy poco interés por el desierto, donde casi no penetran.


Al principio del siglo XI va a tener lugar el curioso fenómeno de la islamización del Sahara por sí mismo. Yahia ben Ibrahim regresa en el 1040 fanatizado de su peregrinación a La Meca y, en contacto con el letrado y teólogo de Sijildmassa, Abdalah ben Yasin, empieza la predicación de un islamismo rigorista. Sus primeros esfuerzos son mal acogidos y tiene que refugiarse con pocos compañeros en una isla del Senegal o de Río de Oro, punto en el que varían las interpretaciones, donde fundan un convento o cofradía, almorabetin, de donde procederá luego el nombre de almorávides. Algunos meses más tarde ya son un millar de fieles y, en 1042, se lanzan a la conquista y conversión de sus hermanos de raza. Hacia el Norte invaden todo Marruecos, fundan Marrakech en 1062 y, al año siguiente, conquistan Fez. Hacia el Sur dominan todo el Sahara y llegan hasta los países negros. Con la petición de ayuda hecha por los reyes de taifas de Sevilla, Badajoz y Granada, los almorávides se trasladan a la Península y, al vencer a Alfonso VI en Zalaca el año 1086, dominan un inmenso imperio que se extiende desde Castilla hasta el Níger. Pero los nómadas almorávides se desinteresan del Sahara, su cuna de origen, y el imperio se desintegra. En 1147, el último soberano es aniquilado por los bereberes montañeses masmuda, quienes conquistan Marrakech; surge entonces una nueva concepción islámica, el movimiento almohade, que se impone en todo el Mogreb y en parte de la Península, hasta su derrota en Las Navas de Tolosa en 1212.

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Ni los almohades ni la dinastía de los Beni Merin tienen actuación en el desierto, pero en la época de estos se produce la lenta arabización del mismo. En el siglo XI, los soberanos fatimidas han enviado al norte de África distintas tribus puramente árabes, como los Beni Hilal y los Beni Maqil, que propagan por doquier la destrucción, instalándose más tarde en el Tuat, en los límites occidentales del desierto. Hacia 1250 alcanzan los valles del Sus y del Dra, llegando hasta el Atlántico. Los sultanes merinidas rechazan a estas tribus árabes, propagadoras de la anarquía, hacia el sur del Dra, y en los siglos XIII-XV, estos árabes nómadas en constante oposición a los bereberes del Norte se expanden lentamente por el desierto, no como una invasión en masa, sino en pequeños grupos, desbordando o subyugando a los pobladores y llegando hasta el recodo del Níger. Los Beni Hassan de los Maqil son los que más se infiltran hacia el Sur y los que darán lugar al nacimiento de las tribus saharauis llamadas hassan o arab, así como a la propagación de un idioma propio, el hassanía, más próximo al árabe literal. La simbiosis entre árabes y bereberes, lejos de la autoridad de los sultanes, va a dar lugar progresivamente a la formación de la sociedad sahariana. Entre los siglos XIV y XV tiene lugar el primer contacto de los pueblos del Sahara con los europeos.

Las Canarias, conocidas de los romanos, habían caído en el olvido durante el Bajo Imperio y la Alta Edad Media; es preciso llegar hasta 1312 para encontrar la fecha del arribo a las islas del genovés Lanceloto Malocello, quien conquistó la que lleva su nombre, Lanzarote, aunque es muy dudoso que pasara al continente; antes, en 1291, la expedición también genovesa de los hermanos Vi-valdi había desaparecido en las costas occidentales de África, en su búsqueda de un nuevo camino para comerciar con la India. De abril de 1342 son las expediciones a las islas de la Fortuna "nobellament trobades", de los mallorquines Francesc Des-valers y Domingo Gual, aunque no se tiene constancia de sus resultados. En agosto de 1346, salió de Mallorca una nave dirigida por Jaume Ferrer, "per anar al riu de l'Or", pero se perdió y nunca más se tuvieron noticias de esta expedición. Este Río de Oro, que ya empieza a aparecer en las crónicas y en los mapas, no era más que el Senegal, de cuya cuenca, muy al interior, procedía el oro que llegaba por tierra hasta el Mediterráneo; pero más tarde, tal denominación fue asignada a la bahía y península donde luego se asentaría Villa Cisneros, Dajla hoy día.

Las primeras expediciones castellanas a las islas y a la vecina costa de Berbería son de 1385 o de 1393, según distintos autores; a partir de estas fechas la presencia de naves castellanas en esta zona es muy frecuente, naves dedicadas con preferen-cia al intercambio de productos y a la captura de esclavos. En 1449, Juan II de Castilla concede al duque de Madina Sidonia un amplísimo señorío sobre la costa "desde el cabo de Aguer hasta la Tierra Alta y el cabo de Bojador, con todos los ríos y pesquerías y rescates", aunque no existen trazas de la intervención del duque en aquellos parajes.

Los verdaderos descubridores de la costa sahariana son los portugueses, en su propósito de llegar a Guinea y conseguir nuevas tierras, oro y esclavos. El impulsor del descenso a lo largo de las costas africanas, que más tarde llegará hasta la India con paciencia y método, es el infante don Enrique el Navegante, desde la escuela náutica de Segres. En 1434, Gil Eanes dobla por primera vez el cabo de Bojador, un punto esencialmente difícil por las corrientes y los vientos contrarios para el re-greso. En 1436, Baldaia alcanza una bahía de la costa a la que llama Río de Ouro, creyendo haber encontrado el origen del codiciado metal. En 1441, Antao Gonçal-ves y Nuno Tristao tocan el cabo Blanco, Uadibe, donde comprueban haber llegado al límite del mundo de habla árabe porque el intérprete ya no es compren-dido por todos. No deja de sorprender que sean los europeos los primeros en navegar por las islas y costas del Sahara, que se encontraba al alcance de la mano para los habitan-tes de Marruecos. Los navegantes árabes, que conocían muy bien el Mediterráneo, tenían muy pocas informaciones sobre la costa atlántica, aunque sabían de la exis-tencia de las Afortunadas, Al Khalidat, por las reminiscencias llegadas desde To-lomeo; pero nunca trataron de localizarlas. Sólo navegaban hasta algo más al sur de Agadir, porque, aunque resultaba fácil seguir la costa, para retornar era necesa-rio adentrarse en una navegación de altura poniendo rumbo al Noroeste para evitar los alisios costeros del Nordeste. Al final de la Edad Media, los árabes no navega-ban en el África Occidental más allá que durante los primeros años del Islam.

Coincidiendo con la conquista de Gran Canaria por los Reyes Católicos, en 1478 se establece la primera fortaleza castellana en el litoral castellano, llamada Santa Cruz de Mar Pequeña, construida por Diego García de Herrera, señor de las Canarias menores, y situada, según las más verosímiles interpretaciones, en la boca del río Chebeica, entre el Dra y cabo Juby. Más tarde se construyeron otras torres, también portuguesas, pero no hay seguridad sobre su localización. La edificación tenía más bien un carácter defensivo y político, intentando crear una zona de in-fluencia y de tráfico comercial; a ella acudirían los nativos para trocar ganados, cueros y oro contra el trigo, el azúcar o las telas de Canarias. Muy distintas eran las entradas o cabalgadas que se producían en gran número en la costa africana desde mediados del siglo XV, propiciadas por los señores y caballeros de Canarias y más tarde por los adelantados. Las cabalgadas iban en busca de botín en los campamen-tos nativos, ganado, cueros, armas, esclavos berberiscos o negros y el polvo de oro, el marfil o las plumas exóticas procedentes del sur subsahariano, que se pudieran encontrar.

La torre de Santa Cruz de Mar Pequeña siguió manteniendo su influencia hasta su desaparición de la historia entre 1524 y 1527, perdiéndose luego hasta la memoria de su emplazamiento; en 1860 serviría como base para la concesión de Ifni a España por parte de Marruecos, aunque era muy poco probable que hubiese estado allí la desaparecida torre. El comercio con el Sáhara quedó anulado y las entradas o cabalgadas fueron prohibidas por una Real Cédula de Felipe II de febrero de 1572. Aunque hay alguna que otra acción guerrera posterior, las entradas en África terminan con el siglo XVI y toda relación desaparece con esta centuria, si no es la de los pescadores canarios, que faenaban en aquellas costas desde tiempos de la conquista por la gran abundancia de pesca en el litoral sahariano. Con el permiso de los jefes de la zona, desembarcarán para salar y secar su pescado y buscar agua y víveres. Esta relación se mantendría hasta la nueva llegada de España en el siglo XIX.

Durante el siglo XVI se consolida la sociedad saharaui; realizada la simbiosis árabe-bereber, unas tribus se precian de su mayor pureza en la ascendencia árabe, y son las llamadas hasan o arab, compuestas por hombres guerreros con características de violencia y orgullo; habitan con preferencia en la zona de Río de Oro. Otras son de linaje santo, cherif, como descendientes del Profeta, hasta cuyo nombre puede remontar su ascendencia un saharaui de este reconocido linaje. Varios prestigiosos y milagrosos fundadores se establecen en esta época en la Saguia el Hamra, que es conocida como tierra de santos.

Las tribus más guerreras o poderosas se asientan en el interior, en las mejores zonas de pastos, hasta la llamada Jat al Jaof, frontera colectiva del Este, o línea de peligro; al Norte esta frontera es el río Dra. A su resguardo están las tribus zuaia, la gente de libros, compuesta de jurisconsultos de prestigio y expertos en cuestiones coránicas, que se dedican a la enseñanza y al estudio. Otras tribus no guerreras, que gozaban de la protección de las más fuertes, a las que pagaban tributo, nomadeaban sus ganados en la zona costera. Esta composición y distribución tribal es característica del Sa hara y no tiene relación con el entramado social marroquí del norte del Dra, en c uyos avatares intervienen los fenó menos políticos internos de su país, sobre todo en relación con el apoyo o ataque a las diferentes dinastías reinantes.

La unidad cultural saharaui se configura a lo largo de los siglos en su economía, su lengua y literatura, la música, el derecho y las costumbres. Mientras en Marruecos la moneda entraba en el circuito económico mediterráneo, en el Sahara no se utilizaba tal instrumento de cambio, difundido sólo con la llegada de los europeos a fines del XIX. La economía sahariana se basaba en el trueque, no se conocía la acumulación de capital, y la riqueza consistía en la posesión de seres vivos, camellos, ovejas, cabras, esclavos, o en la de joyas, vestidos, armas y objetos domésticos. Un hombre poseedor de cien camellos era un hombre rico. Al sur del Dra existía una lengua propia, el hasanía, más próximo al árabe literal que las variantes habladas en el norte de África. La literatura del Sahara posee unas características peculiares, tanto se trate de una obra culta como de la tradición popular. En la primera destacan los eruditos del Tiris, procedentes de tribus zuaias, que en el siglo XVIII y principios del XIX producen importantes obras de derecho, gramática y poesía. Entre la literatura popular destaca el género llamado lejna (poesía)... El cuento popular tiene sus raíces, como dijimos, en el medio circundante y en la forma de vida nómada. Pero también influye en él la religiosidad islámica y los hechos milagrosos, la valía del hombre enfrentado a un entorno hostil y su ingenio, así como las hazañas guerreras y la fantasía oriental. La música saharaui posee sus propios instrumentos y su ritmo característico, así como una figura básica, el iggauen, poeta, bardo o trovador, quien dirige un concierto personal dividido en cinco partes inalterables.

Creadas p or las tribus saharauis nacen unas instituciones que desempeñan la administración del poder . La yemaa, o asamblea de notables , tiene fu nciones legislativas y guber nativas y, e n general, interviene en todas las cuestiones importantes que afectan a la supervivencia del grupo. Sus decisiones de tipo democrático son obligatorias y el que no las acepta es segregado de la unidad social. El shej es el jefe de la tribu, aunque en las tribus grandes sólo se tiene en cuenta al shej de la fracción. Es una figura de prestigio por su ascendencia, sabiduría y religiosidad, y es también un jefe de guerra, pero con carácter básicamente ejecutivo y las decisiones de la yemaa tienen primacía.

La escasa actividad agrícola que ha podido mantenerse es típica del desierto. No existe una propiedad reconocida sobre la tierra. Las graras de terreno apto para el cultivo son pequeñas extensiones donde siembran cebada los miembros de un mismo grupo después de las lluvias, dejando una parte libre para el que llega más tarde. En un pueblo fundamentalmente nómada no existe la vivienda estable, salvo en la avanzada colonización. La habitación es la tienda o jaima, una gran cubierta formada por tiras entretejidas de pelo de camello o cabra, sostenida por diversos palos, a cuyo alrededor se sitúan arbustos espinosos para protegerse de algún animal salvaje; cerca se colocan los ganados, sobre todo las cabras y ovejas. Una característica especial del desierto es la hospitalidad: la jaima se abre tanto para el amigo, el pariente, el desconocido o el enemigo, que se encontrará en un recinto sagrado; lo mejor de su comida o de sus escasos bienes será puesto a disposición del recién llegado. La alimentación, que está acondicionada por el medio, es característica del Sahara. Leche de camella o cabra, harina de cebada y, más tarde, de trigo europeo, algo de carne en circustancias especiales, algunas verduras y los escasos frutos de una vegetación desértica; la carne de camello es despreciada fuera del Sahara. El gran consumo de té y azúcar, que eleva la baja tensión, son probablemente fruto del tráfico caravanero introducido en el siglo XIX.

El Sahara occidental permanece sumergido en sí mismo, casi olvidado de la historia, durante los siglos XVII, XVIII y gran parte del XIX. Los sultanes marroquíes envían en estas épocas algunas expediciones esporádicas, sin dominio efectivo, al interior del desierto mauritano y argelino, pero sin adentrarse en el Sahara occidental, porque en el sur de Marruecos las poblaciones comprendidas entre el río Sus y el Dra constituían el bled siba, el territorio insumiso al sultán, que le impedía el paso. También ha desaparecido la relación del Sahara con los europeos. Hay que llegar hasta los últimos años del siglo XIX y primeros del XX para encontrar de nuevo la relación del Sahara con Europa.

De esta época es también la presencia española con carácter continuo, presencia que corresponde a diferentes motivaciones: la conferencia de Berlín de 1884 sobre el reparto de África entre los europeos, la factoría inglesa de cabo Juby, que suponía una alarma para Canarias y el aumento de la actividad pesquera de las islas en la costa sahariana. Ya en 1881 se había fondeado un pontón junto a la península de Río de Oro para facilitar el trabajo de los pesqueros. Por su parte, también los ingleses habían visitado Río de Oro con la intención de establecerse allí. El gobierno de Cánovas decidió anticiparse y envió a Emilio Bonelli, militar y arabista de prestigio, con tres barcos que reconocieron la costa desde cabo Bojador a cabo Blanco. Finalmente se estableció una factoría en la península de Río de Oro, siendo llamada Villa Cisneros. La proyección política del establecimiento sería muy amplia. Bonelli firmó con los nativos un tratado por el cual éstos colocaban el territorio bajo el protectorado de España, tratado del que arrancaron los derechos españoles sobre el Sahara. En diciembre de 1884, el gobierno español comunicaba a todas las potencias que tomaba bajo su protección los territorios de la costa occidental de África comprendidos entre cabo Bojador y cabo Blanco. Ninguna nación, incluida Marruecos, presentó controversia alguna sobre el protectorado español y sólo Francia especificó la necesidad de fijar los límites meridionales, que afectaban a su progresión en Mauritania.

También la expedición de José Álvarez Pérez recorrió en 1886 la costa desde el Uad Nun a cabo Bojador con tres barcos enviados por las sociedades africanistas. Álvarez Pérez entró en contacto con los naturales de la Saguia el Hamra y algunos jefes se trasladaron a Lanzarote y extendieron ante notario un documento por el que se colocaban bajo la protección de la Sociedad Española de Geografía Comercial. Pero el gobierno de Sagasta no quiso hacerse responsable de tales acuerdos por la indefinición de la zona y de los jefes que dominaban en ella. Otra expedición, en mayo del mismo año, fue propiciada por la citada sociedad y dirigida por el capitán Julio Cervera, el naturalista Francisco Quiroga y el arabista Felipe Rizzo. Desembarcaron en Villa Cisneros y, el 12 de julio, llegaron a la salina de Iyil, siendo los primeros europeos en alcanzar tal punto, donde firmaron con los jefes nativos un tratado según el cual se anexionaban a España los territorios que se extendían hasta la costa. Pero el gobierno de Sagasta, tal como había ocurrido con Álvarez Pérez, se negó a la publicación oficial de los tratados y a hacerse cargo de los mismos, por las complicaciones que podría acarrear la fundación de un establecimiento fijo en el interior.

En octubre de 1902, Francia organiza el Gobierno General del África y el Territorio Civil de Mauritania. Los emiratos mauritanos al sur del Sahara occidental constituían entidades políticas bastante estables, con habitantes nómadas y sedentarios, en las cuales la autoridad del emir se perpetuaba en una misma familia. Surge entonces el fuerte rechazo y la hostilidad declarada de las tribus saharianas contra la penetración francesa. Su principal impulsor es el jefe religioso Ma El Ainin, de origen mauritano, que sobre 1870 se había establecido en la Saguia el Hamra; entre 1898 y 1902 funda la ciudad de Smara, la primera ciudad del desierto, de donde parten los ataques contra la penetración francesa y que intentaba convertirse también en un centro comercial caravanero y en un foco religioso. En marzo de 1912 se establece el protectorado de Francia y España sobre Marruecos, y los hijos de Ma El Ainin, a la muerte de su padre en 1910, continúan la lucha contra los europeos, tanto en el desierto como en aquel país. El mayor, El Heiba, se proclama sultán en mayo de ese año, apoderándose de Marrakech más tarde, aunque es derrotado en septiembre por los franceses. En 1919, al morir El Heiba, su hermano Marabbi Rebbu se proclama también sultán, siendo conocido generalmente como el Sultán Azul. La lucha continúa tanto en el sur de Marruecos como contra los destacamentos franceses de Mauritania, hasta que en 1934, ante fuerzas muy superiores de Francia y del sultán marroquí, Marabbi Rebbu se refugia en el cabo Juby español, muere en 1943 y es enterrado en la Saguia.

Estas circustancias fueron determinantes para que la colonización española no pasara de algunos puntos costeros. Ocupada la península de Río de Oro en 1884, cuando el gobernador Francisco Bens llega a Villa Cisneros en 1904 apenas se conocían los contornos de la bahía. En 1907, Bens pasa a Aargub, al otro lado del entrante marino, y en 1910 realiza una expedición a Atar, bajo dominio francés ya. Hasta 1916 no se ocupa cabo Juby, en calidad de protectorado, y en 1920 Bens ocupa La Güera, en cabo Blanco, que serviría de base de apoyo para los pesqueros canarios. La implantación española no pasó de tales puntos hasta 1934, en que cesa la resistencia saharaui contra los europeos. En ese año se ocupa Daora, cerca de la frontera de Marruecos, y en julio se iza la bandera tricolor de la II República en la mítica Smara, la ciudad que los europeos no conocían. Para ello, fue necesaria la aceptación generalizada de los nativos.

Anteriormente, los límites internacionales del Sahara habían sido fijados en los tratados con Francia de 1900, 1904 y 1912. Por este último se definía ya totalmente la delimitación a base de meridianos y paralelos, no apartándose excesivamente de lo que los saharauis consideraban su territorio, pero asignando a Marruecos, aunque bajo protectorado español, la provincia de Tarfaya, comprendida entre el río Dra y el paralelo 27º 40', en el cual se encontraba cabo Juby. Sólo durante la Guerra Civil española, y por necesidades militares, se empieza a recorrer todo el territorio y se fundan nuevos puestos y poblados; El Aaiun, en 1938, por el teniente coronel De Oro, Tantan en Tarfaya, Guelta, Auserd, etc.

En 1956, la independencia de Marruecos supone amplias alteraciones en el territorio. El ejército de liberación marroquí, que ha contribuido a esta independencia luchando contra los franceses, penetra en el Sahara en 1957, manipulado, dirigido y pagado por el gobierno de Mohamed V; para Marruecos es un brazo armado con el que intenta anexionarse las regiones que reivindica, Mauritania incluida. En febrero de 1958 tiene lugar la reacción europea mediante la "Operación Ecouvillon", llamada "Teide" en las fuerzas españolas, con la colaboración de estas y de las fuerzas francesas de Mauritania. La operación, llevada a cabo con fuertes efectivos, se realiza primero en la Saguia el Hamra y luego en Río de Oro. Las bandas de liberación son destruidas o forzadas a refugiarse en Marruecos. A partir de entonces la reivindicación de Marruecos sobre el Sahara, y sobre Mauritania hasta 1969, será constante, tanto en sus relaciones con España como con la ONU.

En esta época, el gobierno español está dispuesto a una permanencia indefinida en el territorio, según las tesis de Franco y de Carrero, análogamente a la posición de Portugal en sus colonias, sin un proyecto político determinado. De acuerdo con ello, en enero de 1958, el Sahara es convertido en provincia española, con capital en El Aaiun y con una legislación específica. A partir de entonces se desarrolla una época de relativo progreso con el aumento y crecimiento de los poblados, los pozos y las obras públicas. La población saharaui comienza a sedentarizarse, creando problemas de falta de vivienda y de puestos de trabajo. La sociedad nómada entra en crisis y, para 1970, se ha convertido en un 80% en urbana y rural. En 1963 se descubre un importante yacimiento de fosfatos en Bu Cra, aunque las investigaciones se remontaban a años atrás; ello, junto con las posibilidades petrolíferas que se investigan en múltiples prospecciones y la riqueza pesquera, convierte al Sahara en un país con grandes posibilidades económicas.

El 17 de junio de 1970 surge un brote importante de nacionalismo en una manifestación saharaui en El Aaiun, cuyos dirigentes, encabezados por Bassiri, exponen sus propósitos de tomar las riendas de la política en su propio país, ante el acoso reivindicativo de Marruecos, la actuación de las Naciones Unidas y la pasividad española. El movimiento, enraizado en un partido clandestino, pero insuficientemente fortalecido, termina con la disolución de la manifestación por fuerzas del Tercio, que causan algunas víctimas. Pero el gobierno español continúa en su postura inmovilista y no toma medida alguna para la evolución política del Sahara hacia su autodeterminación, como preconizan las resoluciones delas Naciones Unidas.

En mayo de 1973 el nacionalismo, que ha aumentado su fuerza e implantación en la clandestinidad, vuelve a resurgir con un renovado vigor, planteando claramente la independencia. Se concreta entonces la creación del Frente Polisario (Frente Popular de Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro), de características básicamente anticoloniales. Se producen a partir de entonces una serie de ataques contra puestos, patrullas y convoyes españoles, ataques que continuarán al año siguiente y hasta junio de 1975. El movimiento de liberación adquiere pronto una extensión y una aceptación generales; su principal dirigente, nombrado más tarde para cargo de secretario general, es El Ueli uld Mustafa, originario de la Saguia, que ha realizado sus estudios en el extranjero. Pero al mismo tiempo, gran parte de la juventud y de las mujeres se van uniendo también a la corriente nacionalista e independentista. El gobierno español, que había mantenido la línea de una permanencia indefinida hasta la muerte de Carrero Blanco a fines de 1973, comienza al año siguiente una trayectoria distinta, con objeto de llevar al país hacia una independencia tutelada. Fruto de ello es la elaboración de un estatuto de autonomía, pero éste ni siquiera ve la luz oficial a causa de las presiones que Marruecos lleva a cabo en Madrid, oponiéndose al nacimiento de un Estado independiente en su frontera sur.

España cambia de política y el 20 de agosto de 1974 anuncia que realizará durante los seis primeros meses de 1975 un referéndum de autodeterminación, bajo el control de la ONU, para que los saharauis elijan su propio destino; tal referéndum había sido solicitado por las Naciones Unidas desde 1966. Ante lo que se puede prever como un referéndum de marcada tendencia independentista, Marruecos maniobra en las sesiones de las Naciones Unidas a fines de ese año y ofrece a Mauritania claramente el reparto del territorio; ello, unido a la colaboración de los países occidentales en apoyo de Marruecos, conduce a una votación en la que se decide enviar el contencioso del Sahara al Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, para que determine los lazos que unían al territorio con Marruecos y con el conjunto mauritano en la época de la llegada española, 1884, al tiempo que se solicita a España que paralice el mencionado referéndum. A mediados de 1975 finalizan los enfrentamientos del Frente Polisario con las fuerzas españolas. El 16 de octubre, el Tribunal de La Haya hace público su dictamen según el cual no se ha encontrado la zos de soberanía de Marruecos ni de Mauritania sobre el territorio, y solamente alg una relación de dependencia de las tribus que llegaban en sus nomadeos hasta Marruecos y algunos derechos de Mauritania sobre zonas de pastos. No hay nada que se oponga a la autodeterminación saharaui.

Pero ello es suficiente para que Hassan II ponga en acción sus propósitos preparados desde meses antes, con ayuda de los EE.UU. y de medios financieros árabes, anunciando ese mismo día su derecho a recuperar el Sahara por medio de una marcha civil de 350.000 personas, la llamada Marcha Verde.

El 17 de octubre, el gobierno español, en decisión secreta, firma la orden de evacuar el Sahara a partir del 10 de noviembre, dejándolo en manos de los marroquíes. La Marcha Verde supone una cobertura para el abandono de la idea de autodeterminación mantenida en la ONU y prometida a los saharauis, porque la línea geopolítica occidental es opuesta al nacimiento en esta zona del Atlántico de un Estado independiente, propiciado y ayudado por Argelia y Libia y dentro de la línea progresista árabe; al mismo tiempo, el Alto Estado Mayor Español teme que un Sahara independiente sea un peligro político para Canarias. Entre estas fechas y el 14 de noviembre, se perfilan los acuerdos de Madrid por los que se da entrada en la administración del Sahara a Marruecos y Mauritania, que más tarde se repartirán el territorio, retirándose España el 28 de febrero de 1976. Mientras tanto, y a partir del 30 de octubre, bajo la cortina de humo de la Marcha Verde, las fuerzas marroquíes han invadido el territorio por varios puntos del Este, en medio del silencio y la pasividad españolas, que no denuncian estos hechos ni a la opinión pública ni a la ONU. El 6 de noviembre, la Marcha Verde penetra en el Sahara sólo diez kilómetros en dirección a El Aaiun, según el acuerdo con el gobierno español, permaneciendo en esta zona tres días y retirándose luego. A partir del 30 de octubre se producen los primeros combates de los saharauis contra las fuerzas marroquíes en Hausa, Echdeiría y Farsia.

La población huye en masa de las ciudades y poblados ante la invasión extranjera y se refugia en varios campamentos del desierto; estos campamentos son bombardeados por la aviación marroquí en febrero y marzo de 1976, causando numerosas víctimas, principalmente en Um Dreiga y en Tifariti. Los saharauis huyen entonces a territorio argelino, refugiándose en otros campamentos improvisados cercanos a Tinduf. Pero los que llegan hasta allí lo hacen en condiciones desastrosas, heridos y agotados, después de haber dejado numerosas bajas por el camino; en los primeros meses, las condiciones sanitarias y de alimentación fueron pésimas, hasta que llegó la ayuda internacional y argelina sobre todo. A lo largo de 1976 su número fue aumentando hasta sobrepasar los 100.000 refugiados. El 27 de febrero, ante el vacío jurídico que creaba la salida de España, se proclamaba en el Sahara aún libre de invasores la República Árabe Saharaui Democrática y, el 4 de marzo, se formaba el primer gobierno. Se promulgaba también una Constitución provisional, de marcado carácter social y progresista, según la cual el poder supremo correspondía al Comité Ejecutivo del Frente Polisario.


A partir de entonces se iniciaba una larga guerra contra la invasión, en la que los saharauis recibirían la ayuda de Argelia. En 1979, Mauritania, con grandes dificultades internas causadas por una guerra que no podían sostener, a pesar de la intervención directa realizada por Francia en 1978, se veía obligada a retirarse de la lucha y renunciar a cualquier reivindicación sobre el Sahara. Los saharauis continuaron su combate contra el enemigo único marroquí en una guerra de guerrillas que, no obstante, utilizaba también un avanzado armamento moderno, eligiendo sus puntos de ataque y los momentos más adecuados en un terreno que conocían perfectamente. Inclusive, los ataques fueron llevados al interior de Marruecos contra las ciudades de Tantan, Assa, Saac, Akka y Tata, poniendo al gobierno marroquí en serios apuros.

Desde 1980 a 1987, los marroquíes, con objeto de controlar el territorio, procedían a la construcción de una inmensa línea de fortificaciones, con elementos de detección a base de radares, que partiendo del este del río Dra en una longitud de más de 2.000 km, llegaba hasta el norte de La Güera. La estrategia de los muros convirtió la guerra del Sahara en una serie de ataques esporádicos contra las posiciones estables marroquíes, las cuales no salían de unas fortificaciones que les servían tanto de defensa como de cerco. Sin una solución militar posible, se imponía una solución política.

La República Saharaui había sido reconocida hasta 1990 por 74 Estados, principalmente africanos y americanos; ingresó en la Organización de la Unidad Africana en 1982 y obtuvo, a partir de 1979, una progresiva aceptación en la ONU, que propugnaba constantemente en sus resoluciones un referéndum de autodeterminación y unas conversaciones preliminares entre Marruecos y el Frente Polisario para llegar a un alto el fuego. Aunque Marruecos se negaba a ello, finalmente, en enero de 1989, Hassan II recibió a los responsables del Frente, pero sin que se alcanzaran resultados positivos.

Los esfuerzos del secretario general de la ONU, Pérez de Cuellar, hasta 1991 daban forma por fin a un plan para el Sahara, que, en abril de ese año, Marruecos se veía obligado a aceptar y que el Frente Polisario también admitía. Las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU avalaban también el plan de paz de Pérez de Cuellar. El punto fundamental era la realización de un referéndum de autodeterminación de los saharauis, con las opciones de independencia o integración en Marruecos, bajo el control y los auspicios de la ONU. El plan era muy detallado y comprendía el alto el fuego, canje de prisioneros, libertad de detenidos políticos, retirada de parte de las fuerzas marroquíes, confinamiento de los combatientes, regreso de los exiliados, confección de un censo electoral, libertad de propaganda, anulación de las leyes represivas, etc. La larga trayectoria de un pueblo, con una personalidad y una cultura propias y una tradición de independencia a través de los siglos, llegaba así a un punto crucial de su historia, tras enormes y dolorosas vicisitudes.